jueves, 6 de junio de 2013

La escuela de detectives - El llamado de Platense


Mis padres nacieron en Victoria (Entre Ríos). Cuando yo nací, vivían en Capital Federal. Yo nací en una clínica de Avellaneda. Más tarde, nos fuimos a vivir a Olivos (Pcia. de Buenos Aires).

El Club de la zona era Platense. Por aquellos años, Platense era un club legendario ya que cada campeonato lograba salvarse del descenso de una manera milagrosa. Mis padres iban al Club y yo practicaba voley. Un día veo en la cartelera que se prueban arqueros de la clase 1961. Mi clase.

Y así, a los 15 años, estaba una tarde en la cancha auxiliar de Platense con mi buzo negro, mis pantalones blancos y unos flamantes guantes, listo para la prueba. Éramos tres: un flaco que medía casi dos metros, un gordo enorme y yo, que parecía el hermanito menor.

El entrenador era Topini, arquero de Platense de los años 60. Al verme, me mandó en primer lugar a hacer la prueba. Era una desventaja, porque los otros sabrían de qué se trataba. En la tribuna estaban mis padres. El plantel de Primera y reserva estaba entrenando en esa misma cancha.

La primera prueba fue para evaluar mi "timming" (Eso lo supe después). Debía pararme el el área chica, Topini me lanzaba una pelota bombeada (caía besando el travesaño) y yo debía sacarla. En esa época me gustaba "volar", así que trataba en cada intento de sacar la pelota acrobáticamente, tirándome hacia atrás: era imposible. Me azotaba contra el piso, que era muy duro, sin poder tocar la pelota.

Finalmente Topini, apiadado de los porrazos que me estaba dando, me dijo que debía dar tres pasos hacia atrás y sacarla con la punta de los dedos. El gordo y el flaco no aprovecharon su ventaja: hicieron el mismo papelón que yo.

La segunda fue muy parecida a un pelotón de fusilamiento: una cantidad de pelotas en cada vértice del área y dos pateadores (uno se llamaba Belloni) remataban al arco. El ejercicio me era más conocido, pero la puntería y sobre todo, la potencia de estos ignotos jugadores era terrible. Además cuando ya había pateado uno, tomaba carrera el otro. Las pelotas llegaban como misiles simultáneos al arco y uno iba de un palo al otro, totalmente fuera de control. Una me dio en la cara, otra en un poste, las demás entraron todas y se amontonaron en la red. El gordo y el flaco hicieron el mismo papelón.

La prueba final fue detener a un delantero que venía con pelota dominada. En este caso era Miguel Ángel Juárez, que después jugaría en el Ferro de Griguol. Al primer intento me dejó desparramado en el piso, después de darme un rodillazo en la boca. Mientras me acomodaba la dentadura, Topini me dijo: "Si no se la podés sacar, al menos voltealo". ¡Voltear a semejante bestia!

Fui a tacklearlo, pero me llevó a la rastra. La tercera vez, me gambeteó como si fuera una morsa. Ni me fijé cómo les iba al flaco y al gordo. Tenía dolor en todo el cuerpo.

Al final del suplicio, Topini nos reunió en un costado de la cancha y nos dijo: "Muy bien, muchachos... En cualquier momento los vamos a llamar."

Esa semana, cada vez que el teléfono sonaba pegaba un salto. Pero Topini nunca llamó. De eso hace hoy 36 años. No pierdo las esperanzas, bromeo. Pero dificilmente el ex arquero haya anotado correctamente mi teléfono: después de ese episodio me mudé seis veces...

Esta anécdota también tuvo que ver con "La escuela de detectives", ya que el abuelo de Román le comenta una y otra vez este episodio para enseñar a su nieto que en la vida, no hay que perder las esperanzas...

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